Un bonsái no es solamente un árbol en maceta, sino un ecosistema artificial donde bacterias, hongos, algas, protozoos, nematodos, y a veces insectos, musgo, hierbas, etc. conviven con el árbol
En un ecosistema forestal verdadero el conjunto biótico (animales, plantas y microrganismos que forman comunidades biológicamente integradas) interactúan libremente con los elementos abióticos presentes (sustrato, clima, agua…). En el bonsái también, pero las cadenas alimentarias son simples e incompletas y todos sus elementos y condicionantes pueden cambiarse a voluntad del hombre, por eso el bonsái es un ecosistema artificial.
Las interacciones entre el árbol y los microorganismos ocurren tanto en la filosfera, que es la superficie foliar de la planta, como en la rizosfera, que es la región del suelo en estrecho contacto con las raíces (se extiende entre uno y tres milímetros alrededor de estas).
Las partes aéreas de las plantas crean un hábitat natural para el crecimiento y la multiplicación de microorganismos filosféricos. Además, la presencia de cera en la cutícula, y los exudados de las hojas, ayudan a que estos microorganismos se adhieran a su superficie. Los aminoácidos, la glucosa y sacarosa, presentes en dichos exudados y el agua de la transpiración foliar, son esenciales para estos microorganismos, ya que proporcionan nutrientes para su desarrollo. A cambio, existe una creciente evidencia de que los microorganismos presentes en la filosfera contribuyen a la salud de las plantas, no sólo mejorando el estado nutricional de la planta huésped, sino también proporcionando defensa y resistencia a los patógenos y contra el estrés abiótico causado por los extremos climáticos.
En la rizosfera, las plantas liberan a través de los exudados radiculares el mucigel (material gelatinoso que recubre la superficie de las raíces) y productos de fotosíntesis (entre el 5% y el 20% de los azúcares, aminoácidos, vitaminas, ácidos orgánicos y hormonas que producen). Así logran atraer a los microorganismos beneficiosos, fundamentalmente bacterias y hongos, a la superficie de las raíces, ya que estas son para ellos una fuente muy importante de alimento y energía.
Las bacterias promotoras del crecimiento (PGPR por sus siglas en inglés) pertenecen principalmente a los géneros Azotobacter, Frankia, Pseudomonas, Azospirillum, Rhizobium y Bacillus. Estas colonizan las raíces y favorecen el crecimiento de las plantas por diversos mecanismos:
- Síntesis de fitohormonas (auxinas, citoquininas, giberelinas…)
- Solubilización del hierro
- Solubilización del fósforo
- Fijación de nitrógeno atmosférico
- Competencia por el nicho con fitopatógenos
- Síntesis de antibióticos y antifúngicos
- Inducción de resistencia a patógenos estimulando las propias defensas naturales del árbol
Las micorrizas son un grupo especial de hongos que establecen simbiosis con las raíces de las plantas. Se dividen en dos tipos fundamentales:
- Ectomicorrizas: se encuentran en los árboles y corresponden a muchos de los hongos más conocidos para consumo humano (trufa, níscalo, etc.).
- Endomicorrizas: las encontramos principalmente en herbáceas y en muchos árboles frutales, siendo Glomus el género más abundante y representativo.
Las micorrizas son responsables de algunas acciones exclusivas que contribuyen a mejorar el estado nutricional de la planta, como son:
- Aumento del volumen de suelo explorado por las hifas, que se extienden más allá de donde llegan las raíces, en su busca de agua y nutrientes.
- Reducción de malas hierbas, con quienes compiten y desplazan.
- Efecto de llamada y atracción de más poblaciones de bacterias beneficiosas a la micorizosfera.
El sustrato del bonsái actúa como soporte físico y provee nutrientes y agua a los árboles. Sus propiedades físico-químicas, particularmente el pH, determinan la presencia y la distribución de los microorganismos, al mismo tiempo que su conservación depende de estos mismos microrganismos. Con el tiempo, el sustrato se compacta y dificulta el riego, obligando a su renovación.
El agua juega un papel muy importante en las interacciones rizosféricas y su disponibilidad está directamente relacionada con la porosidad del suelo que determina la aireación y la capacidad de infiltración. Una infiltración uniforme en todo el volumen de la maceta permite que el agua llegue a todas las raíces y a la microbiota, cuyo punto de máxima actividad es cuando el 60% de los poros del sustrato están llenos de agua: muy por debajo de este nivel hay desecamiento y muy por encima de este nivel hay encharcamiento. Como las raíces también necesitan respirar en un suelo constantemente anegado predominan los procesos anaeróbicos que provocan su podredumbre.
En las zonas donde se establecen los ecosistemas forestales, se genera abundante materia orgánica, que mantiene la fertilidad del suelo. Además, los bosques son zonas receptoras de agua, ya que tienen una función de barrera que detiene los vientos húmedos y facilita la condensación del agua, regulando la escorrentía y la infiltración del agua.
Por el contrario, en el ecosistema artificial que es un bonsái, donde las raíces del árbol están contenidas por la maceta y no pueden por ello extenderse en busca de agua, y donde las ramas se podan y/o defolian regularmente, produciendo el empobrecimiento progresivo del sustrato, se requiere la intervención continuada del hombre. Dicha intervención es la esencia de la convivencia con nuestros árboles y mayormente una fuente constante de alegrías para el bonsaísta aficionado que se esmera en la elección del sustrato, la frecuencia y cantidad del riego, la protección del árbol de las plagas y de los extremos climáticos, y el tipo y frecuencia de la fertilización.
Estas variables del cultivo no son independientes, sino que se relacionan unas con otras. En comunicaciones posteriores analizaremos los sustratos, el riego y el abonado de nuestros bonsáis, así como su protección ante los extremos climáticos.